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Íñigo Domínguez: La fascinación contemporánea por la fritura al aire | Ideas | EL PAÍS

El otro día, en una charla entre corresponsales, nos preguntaron desde Madrid: “¿Oye, en vuestros países se habla de España, hay preocupación?”. Creo que puedo hablar en nombre de todos al decirles: tranquilos, a nadie le interesa realmente España y casi nadie se percata de que el país está al borde del colapso (es un secreto entre nosotros). Lo menciono con un tono festivo, con el ánimo de animarlos. Recientemente estuve en Madrid y comprendo que nada parece tener sentido cuando uno se encuentra frente a ese enorme dónut navideño que han instalado por Moncloa, o ante la monumental bola de luces en la plaza de España, todo diseñado para nublar el entendimiento. ¿Y no han sentido, desde hace semanas, esa presión para que compren una freidora de aire? Por otro lado, ya he visto el reportaje anual sobre esos hoteles construidos con hielo, donde pasar la Nochevieja se presenta como la experiencia definitiva, tan exclusiva que no entiendo a quién se le ocurriría asistir. Por favor, que entrevisten de una vez a alguien que haya estado allí y lo comparta, la opinión pública necesita saberlo.

Es que siempre hay algo que te falta. Miren todos esos titulares tiquismiquis que usan “todos” y “nadie”, y en medio tú que no te enteras. Te cuentan, por ejemplo, no sé qué cosa de la que todo el mundo habla. Suele ser algo de lo que no has oído hablar y que, una vez sabido, tampoco te interesa como para hablar de ello. También puedes leer sobre no sé qué asunto que no deja indiferente a nadie, y de nuevo es algo que no solo ignorabas, sino que además luego te da igual. Se queda uno mal.

En fin, en esta charla uno de mis compañeros corresponsales dijo, sabiamente, que más bien le parecía que todos los países, cada uno con sus cosas, vive un momento loco con una sensación de que el fin del mundo no solo es inminente, sino que empezará justo allí (como en las películas de marcianos, que siempre van a EE UU). Esto me recuerda mi teoría del país normal, que creo que ya les he contado, tiendo a repetirme. En cada país siempre hay un sentimiento, real o impostado, de excepcionalidad, incluso de originalidad, que ante un suceso inaudito hace decir que tal cosa nunca ocurriría “en un país normal” (y hasta con un punto de orgullo, como pensando que en el fondo somos la hostia y no hay un país igual). Lo gracioso es que se dice en todos los países, sin que nadie sepa cuál sería ese país de referencia, el patrón oro de los países. Créanme de nuevo si les digo que en todos los países pasa de todo. Luego uno va a Alemania y se le cae un mito, los trenes salen con retraso. Y a Sarkozy le han puesto un brazalete electrónico.